viernes, 19 de octubre de 2007

La voz como un arma

Arden los pecadores simplemente al pronunciar sus nombres, a mi paso, lento caminar bajo la irritada noche, molesta con el descaro con el que deambulo por entre sus calles. El río me observa, allí abajo, inquieto, atento a cualquier palabra que de mi boca pudiera salir; suspiro, se asusta y sigue su camino.
Durante el día he escuchado muchas cosas, palabras desde la televisión, desde el equipo de música, desde mi mente. Todas decían algo, algunas no tenían sentido para mi. No puedo comprender todo lo que me rodea, hay cosas que no, ni tan siquiera me interesa intentarlo. Lo absurdo a veces me interesa, pero no siempre. Quizá mañana, en el trabajo, cuando me canse de escuchar mis pensamientos, preste atención a sus vidas, la de los demás; hoy no.
Muerte, violaciones, pederastas, cansinos políticos en sus palacios... todos ellos arden en mis retinas. Furcias, chulos, pijos, ineptos, desconocidos charlatanes incapaces... ellos también están condenados ante mis ojos. Esgrimen sus razones, sus vacías palabras, su mísera existencia que al fin y al cabo es tan insignificante como la mía, la de todos. Hasta ese río de ahí abajo un día decidirá detener su curso y darse un respiro. Quizá él decida un día volver a seguir su camino, por suerte nosotros un día dejaremos de andar... de hablar, y esas palabras que tan bien cargamos de odio, de miedo, de ignorancia, de amor, acabarán desapareciendo perdidas en la inmesidad de nuestra muerte.

1 comentario:

ovario dijo...

armada hasta los dientes y decidida a que no desaparezca mi visión global....